Exposición de arte

jueves, marzo 01, 2007

Al que más me ha hecho reír.

Al que más me ha hecho reír.

Para mí, Viuti tenía un enorme caudal narrativo en su singularísimo trazo. Sus dibujos se reconocían a lo lejos (aunque nunca fueras a mirarlos a distancia), porque le imprimía al papel un contorno conformado por escasas líneas gruesas y eso era suficiente: no había sombras, no había detalles, era todo una síntesis precisa. Pero tampoco faltaba nada.

Quien es viuti de  Roberto Lopez Sus libros de humor (como "Quién es Viuti?", título de presentación que deja en claro el perfil, el estilo y la tónica narrativa, sin palabras, que sabrá sustentar hasta el final) se leen rápidamente, como si la vista resbalara sobre sus dibujos, sin demorarse ni atascarse en complejas diagramaciones. Las páginas pasan ágiles. Pero su calidad es tal que el placer de la relectura no se hace esperar.

Y está "Teodoro y Cia", la tira que vio la luz en la década del 80 en el diario Clarín, reemplazando a "Mutt y Jeff" y que retrataba la vida de oficina en una empresa multinacional. Siendo, como era, una época previa al auge de las computadoras y de internet, no ha perdido nada de vigencia debido a los temas que abarca, y que son los de siempre: la plata que no alcanza, el futbol, la envidia ante el progreso ajeno, el estancamiento del país... Sólo resaltan en el contexto del dibujo las máquinas calculadoras y la ausencia de monitores de plasma -u otros cualesquiera- y la esporádica mención de grupos musicales como "Village People", revelando su inequívoca ubicación en el tiempo. Pero Teodoro era genial, por lo jugado de los chistes, por la acidez, por la identificación inmediata que el lector entablaba con los personajes y por el lúcido e ingenioso remate, nunca burdo.

Viuti sabía -como nadie- desarrollar tiras continuadas. Así se dan numerosas situaciones que tienen fiel paridad con la realidad cotidiana de las oficinas. Ejemplos: p resenta a los empleados organizando la cena para despedir el año en una cantina, y terminan la noche en una comisaría. El relato saca provecho de todos los elementos festivos que se desprenden de este tipo de celebraciones: está el tano bandoneonista que improvisa unas rimas picarescas centradas en ridiculizar a los jefes, las pastas y el vino en abundancia, la mesa larga, los jamones colgando, el bailongo, el desparramo provocado por una discusión camorrera...

Es decir, Viuti contaba una experiencia en varios chistes diarios sin que peligrase la gracia, condicionada por un argumento prestablecido y sin el beneficio de una ocurrencia fortuita y descomprometida de las tiras anteriores.

Una vez apuestan un asado al resultado de un partido de futbol disputado entre empleados de oficinas vecinas. Aparece una y otra vez el reclamo periódico de ascensos postergados. Destacan los informes del personal que el jefe presenta a cada empleado para discutir los pro y los contra del desempeño individual. Las peleas para programar las vacaciones porque todos quieren salir de licencia en enero...

Abundan los escenarios del centro de Buenos Aires, que se hacen reconocibles con sólo dos o tres líneas gruesas: la torre de los ingleses, retiro, la recova, el monumental, etc.

El periplo de Teodoro, tratando de llegar al banco un minuto antes del cierre. La odisea de los viajes en colectivo, mostrando en cada vehículo a la gente colgada de la puerta, algunos con los pies al aire, flameando en el recorrido, y los colectiveros descamisados, desprolijos, con rulos revueltos y una expresión hostil.

Viuti amalgamó con exactitud su experiencia como empleado de oficina. Cómo quisiéramos conocer a los "personajes reales" que seguramente dieron gestación a los que pergeñó su inagotable pluma y ganaron la inmortalidad.

No falta el contratado externo, en este caso, el licenciado Sigmund López, un sociólogo que ostenta un sinfin de títulos como medallas los generales, que da unas charlas al personal para optimizar su esfuerzo y orientarlo a satisfacer las necesidades de la empresa.

El estilo de Viuti es único, y a pesar del trazo básico, logra imprimirle a los personajes la expresión y la personalidad adecuada en cada caso:

Así, Ferrari, el empleado de mayor antigüedad en ese departamento (25 años), presenta siempre un rostro ingenuo y cargado de resignación y de obvio sometimiento.

El gordo Morales, el que vendía sus inservibles artículos importados dentro de la empresa, acusa el aire del porteño con rebusque, y remite a la nostalgia canyengue.

Está el yanqui Barney-Robson, acomodado por la gerencia, con el pelo cortado a cepillo y unos lentes que lejos de darle un aire intelectual enmarcan su natural estupidez. No puede asimilar ninguna tarea de la oficina y los demás se ven obligados a solucionar sus errores primero y a terminar su trabajo después.

El olfa Ordoñez, una suerte de Smithers, el ladero de Montgomery Burns de los Simpsons, aunque sin cargo, no tiene amigos, hace gala de su lealtad hacia los jefes bocinando todo lo que ocurre en la oficina y casi todos los chistes que lo involucran lindan sobre esa cuestión.

Silvia, la rubia y curvilínea, secretaria del jefe, es la única que no tiene la enorme nariz característica de los personajes de Viuti, redundando esto en una peculiar belleza que la diferencia del resto y es deseada por todos los empleados, aunque ella parece estar ajena al revuelo que provoca.

Modroño, el mozo, que podría tranquilamente pasar por tío de Manolito, secunda algunos chistes y remata otros tantos, con la franqueza del gallego caricaturizado que responde casi sin pensar. Aparece siempre con una bandeja llevando café y a veces lo van a buscar a la cocina para chimentar sobre la interna de la cúpula empresarial y manducar los triples de jamón y queso que sobraron de la fiesta de la gerencia, Modroño es, además, dueño de un bolichito en el centro junto con otros 4 compatriotas.

Marelli, es el jefe, un hombre de incipiente calvicie. El porte que le da su bigote -según Sigmund López- es compatible con el principio de autoridad, la que hace respetar entre sus subalternos mediante quejas y permanentes llamados de atención. Cuando le piden algo que está en su poder otorgar, utiliza el pretexto de que tiene las manos atadas porque la gerencia lo obliga a impartir mano dura.

El Sr. Lozano es el gerente, y Viuti nos muestra magistralmente cómo se cambian los roles cuando Marelli le rinde pleitesía y sumisión absolutas, demostrando a veces más servilidad que la de sus propios empleados.

Teresa es una empleada gorda, vieja, anteojuda, fea y solterona, cuyas facciones son tan masculinas como las de los empleados varones. Innunda la oficina con el olor de sus sandwiches de milanesa y suele "embellecerse" arduos y largos minutos en el tocador del toilette. Todo esto le será reclamado por Marelli a la hora de discutir los informes del personal.

Gómez, el único rubio nacional, es un empleado sin expectativas, un perdedor indolente, se lo ve siempre cansado y siendo administrativo le tiene una curiosa alergia a los papeles. No le interesa cumplir con su trabajo y a menudo lo tienen que sacar otros. Su pasatiempo es ir a leer al baño para acelerar el sopor y rendirse a los brazos de Morfeo. Pero se lo ve entusiasta y activo a la hora de hacer mesa redonda en torno a su oficina - o a la de Ferrari- para hablar de futbol, política y actualidad.

Y por supuesto, está Teodoro, el cadete, el petiso, el último orejón del tarro, el más nuevito, el que siempre tiene que pagar derecho de piso o como dice él: "el derecho a que me pisen". Teodoro, a quién jamás se le ven los ojos, cubiertos por su flequillo a lo Balá (o como lo usaba el cantante del grupo "Happy Mondays") y siempre tiene un pucho pegado a la boca (como el propio "Pucho", el ayudante de Neurus) y la boca cerrada. Es un poco el testigo de todo cuanto ocurre en la oficina, casi siempre pasa con una carpeta en la mano para archivar y en medio de su trayecto es testigo de alguna situación entre terceros que él se encarga de rematar, al tiempo que archiva la carpeta...

No podía faltar Bonorino, un estudiante universitario, algo bohemio, con barba de días, que vive pidiendo licencias por estudio y desaprobando exámenes. Se hace pagar los cafés por Teodoro, huyendo de los bares con la excusa de algún parcial inminente. Se da corte entre sus compañeros mintiendo su escalafón en la empresa. Tiene constantes disputas con Marelli porque éste no cree en la formación académica en tanto los estudiantes deban desatender su trabajo; para Marelli, la universidad de la calle es la que cuenta porque lo formó a él.

Hay algunos personajes más que son secundarios y recurrentes, como Ramón, el ascensorista, la gente de cobranzas, el Sr. Ginaca de personal, la esposa de Ferrari, la esposa de Gómez, el hijo del gerente, algunos ex-empledos.

Cuantos recuerdos, y qué curioso, que yo, habiendo creado un grupo sobre Mafalda & Quino, siempre dije que me gustaba mucho más Teodoro y Cía...

Salud, Maestro Viuti, hoy, que sin cumplirse aniversario alguno conmemorando su genio, se me antojó recordarlo de esta manera, por hacerme reír más que ningún otro, PERO MÁS QUE NINGÚN OTRO , con chistes que no me canso de releer, no cada tantos meses, sino cada tantos días...

Salud, amigos.

Javier Ignacio Rago (Rolkiem)
www.rebrote.com