«No creo que mis dibujos sean de aquellos que provocan la carcajada. Se trata más de meter el bisturí que de hacer cosquillas» por Paquita Armas Fonseca Desde bien niño, en su natal Mendoza, le cambiaron el nombre original, Joaquín, para diferenciarlo de su tío ilustrador de igual nominación aunque no con Lavado como apellido, sino Tejón, del que heredaría su afición a dibujar. Fue sencillamente Quino, un muchachito flacucho y raigalmente tímido que miraba al mundo con ojos de descubridor.
Entonces sus padres, a los que perdería aún siendo adolescente, no sospechaban que llegado el siglo XXI su hijo llenaría centenares de páginas Web en Internet. Ni que un día conocería a Alicia, la amante, esposa, madre, amiga, en Buenos Aires o Milán, La Habana o Madrid, de día o de noche, en frío o calor y que esa mujer, guardiana férrea del descanso, el trabajo, las horas de comida, ha sido la más segura albacea de su obra.
Tampoco en los años 30 del pasado siglo, nadie se olería que en 1964 crearía un personaje que lo trasciende, la chiquilla de seis años Mafalda que hoy todo el mundo quisiera ver convertida en una mujer de cuatro décadas, enfrentada, como siempre a las injusticias de este mundo. Caso raro con héroes y heroínas de historieta que siempre se prefieren mantener en un sentido estático. Su padre dice que eso sucede "porque la toman como a un personaje de carne y hueso. Eso me ha llamado siempre la atención. Para mí siempre ha sido un dibujo".
Ese hombre, hoy un setentón, Joaquín Lavado, Quino, es uno de los integrantes de la delegación argentina a la XVI Feria Internacional del Libro.
A Cuba ha viajado en múltiples ocasiones desde que en diciembre de 1985 inició su amistad con Juan Padrón, quien ha confesado: "Conocí a Quino y a su esposa Alicia cuando vinieron a La Habana al Festival del Nuevo Cine Latinoamericano del 85. Les serví de guía por la ciudad, cosa que hice bastante mal. De todas maneras, entre los dos nació una gran amistad. La idea de hacer los cortos sobre sus chistes de una página fue de Alicia: Quino había intentado hacer cosas en Italia, pero no le habían satisfecho. Entonces hicimos una prueba: Quinoscopio 1. Quino se entusiasmó e hicimos 52 chistes: unos 36 minutos. Trabajamos juntos desde la selección de las páginas, el guión, el color, todo. Quino es un maestro en la puesta en escena y de él aprendí mucho: cuándo usar los decorados, por ejemplo, y cuándo no. Qué utilería escoger... Los encuadres... El color adecuado. También me di cuenta de lo importante que es saber dibujar las manos como él".
Y el creador de Elpidio Valdés, el personaje cubano de comics más popular, agrega: "Nos veíamos a menudo para trabajar (en realidad nos divertíamos como unos bobos con una tiza) en La Habana, Buenos Aires, Madrid, Milán... Un vacilón. Aprendí su método de cazar moscas con una liga, palabrotas en porteño, a conocer buenos vinos... Yo le enseñé sobre los distintos tipos de ron, palabrotas habaneras y el mundo cultural de la ciudad: bares y restaurantes de La Habana Vieja. También trabajamos Mafalda, con la condición de que no hablara (al contrario de la versión animada argentina) y que cada clip durara un minuto. Ya eso fue más duro pero salió bien..."
La Mafalda Quino-Padrón se concretó en 104 episodios de un minuto con chistes variopintos de la chiquilla que ha hecho pensar a generaciones sucesivas en los últimos ocho lustros. Su padre ha confesado, acerca de si es o no un ícono: "Yo no salí con una cosa nueva; soy un seguidor de los que me precedieron: Lino Palacio, Divito, Oski... A veces pienso que lo que hago ya es antiguo, que mi línea tiene un estilo antiguo... A mí me gustaría ir cambiando, tener una línea mucho más libre y que se renueve, tener más poder de síntesis. Picasso siempre te sorprendía con cosas distintas, por ejemplo... tampoco te digo que soy Botero, ¡algo fui cambiando!"
Y al responder por qué dejó de hacer la tira ha dicho: "Estaba cansado de hacer siempre lo mismo. La decisión pasó hasta por zonas conyugales, porque mi mujer estaba podrida de no saber si podíamos ir al cine, invitar gente a cenar o qué sé yo, porque yo estaba hasta las 10 de la noche con las tiras. Además me costaba mucho no repetir y me daba cuenta de que cuando no se me ocurría nada, enseguida echaba mano a Manolito o a Susanita, que eran los más fáciles. Además hubo un tipo que fue maestro de los dibujantes de mi generación, Oski, y él nos decía que nunca nos metiéramos con un personaje fijo y si nos metíamos, agarráramos una tira y tapáramos el último cuadrito con la mano. Si el lector adivina cómo va a terminar, ahí hay que dejar de hacerlo".
Para Quino es triste que las preocupaciones de Mafalda mantengan vigencia. El mundo sigue patas arriba, o peor, que en los años 70.
Acerca de si algún personaje suyo será prototípico del siglo XXI, Quino asegura: "Ninguno, porque mis personajes están fuera de los cambios tecnológicos y de Internet. Lo que pasa es que mi historieta habla de temas inherentes al ser humano, pero el comunicarse de la gente está cambiando y creará dos tipos de hombre: los que tienen acceso a... y los que no lo tienen".
Sin embargo, su Mafalda, además de viajar al dibujo animado, también lo ha hecho al DVD. En abril-mayo de este año se pondrán a la venta en Argentina. Cuando nació la niña argentina más famosa, su padre no sospechaba que las reflexiones puestas en su boca serían traducidas a 27 idiomas (desde el japonés, italiano, chino y portugués, hasta el griego, francés y holandés), y que sus libros venderían, solo en Argentina, 20 millones de ejemplares.
Tampoco sospechó que su coterráneo, el escritor Julio Cortázar, afirmaría: "No tiene importancia lo que yo pienso de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí". Y que para Humberto Eco " Mafalda no es solamente un personaje de historieta más; es, sin duda, el personaje de los años 70".
La fama de su único personaje fijo hace que el resto del excelente trabajo de Quino se nombre mucho menos. En el ágape casi mundial por cinco décadas de trabajo dijo: "Dibujo lo que he dibujado en estos 50 años: páginas de humor, chistes sueltos, porque yo cuando empecé con Mafalda llevaba ya 11 años publicando humor, y mientras hice Mafalda jamás dejé de hacer ese tipo de páginas. Siempre lo he hecho".
Para él, que diariamente emborrona numerosas cuartillas, su trabajo es igual al "de un bailarín, como el de un pianista. Para hacer esto bien hay que dedicarle todo el esfuerzo cada día, ocho o nueve horas".
Durante cinco décadas ha dicho que sus "temáticas preferidas tienen que ver con la relación entre el poder y la gente, la indiferencia frente a los dramas sociales, la burocracia, la corrupción... cosas que me indignan". Y aclara: "…a mí tampoco me gusta hacer esas páginas de humor que si las agarrás dentro de cinco años no las entendés. Me gusta que se entiendan siempre. Cuando seleccionaba trabajos para mi último libro, ¡Qué presente impresentable!, encontré algunas páginas que hice en la época en que estaba cayendo De la Rúa, y no las incluí porque me parece que habían quedado muy atadas a esa coyuntura, a pesar de que yo no lo quería. Pero, vistas hoy, no tienen la cosa que tenían en ese momento; sacadas de ese contexto quedan raras".
Hombre que confiesa sentir placer "cuando considero que una idea es buena" afirma que las buenas ideas "rápido no salen nunca. Ese es un problema. Jamás entendí por qué si uno tiene una semana para hacer alguna cosa, recién se le ocurre los dos últimos días. ¿Por qué no antes? ¿Qué es lo que hace que esto que uno tiene adentro y que le tira el final de la idea, aparezca siempre a último momento? Y además de la idea, todo depende de cómo esté uno para dibujar. Porque hay días que uno dibuja mal, otros dibuja peor, eso pasa mucho también, y lo que se creía que era una buena idea, queda más o menos".
Al preguntarle sobre su afición por el dibujo ha comentado que la tuvo "desde siempre. A los 3 años yo ya quería ser dibujante. No tenía claro de qué, recién a los 14 lo decidí y cuatro años más tarde vine a Buenos Aires y empecé a recorrer las revistas", y apunta además: "No creo que mis dibujos sean de aquellos que provocan la carcajada. Se trata más de meter el bisturí que de hacer cosquillas. En realidad no lo busco, me sale así. Me gustaría ser más divertido, pero con la edad uno va perdiendo gracia y se va poniendo más incisivo".
Sobre la ópera, uno de sus gustos, ha dicho "empecé tarde a conocerla. Muchas personas le reprochan a este género la inverosimilitud de algunas situaciones. ¿Cómo alguien que ha sido apuñalado va a seguir cantando?, dicen. Sarmiento, quien parece que impulsó mucho el gusto por la ópera, les hacía a esas personas una observación interesante: «¿Cómo?, ¿y entonces ustedes, cuando admiran una estatua de bronce o mármol, la toman por una figura de verdad?» Ahora he llegado a la conclusión de que es lo más parecido al cine que hay".
Y es que para Quino el séptimo arte ha sido un romance permanente: "Voy al cine solo, desde que tenía 8 años y, sin saber lo que veía, he visto películas de grandes directores como John Ford, Elia Kazan, después Bergman y otros. Me impresionaban los noticieros previos a la película, sobre la II Guerra Mundial. Quizá las escenas que más recuerdo fueron la liberación de París y cuando los norteamericanos entran a un campo de concentración y descubren sus horrores. (…) Soy contrario a interpretar en el cine cosas hechas para la gráfica o la literatura. Lo que es gráfico debe quedarse gráfico y lo que es cine, cine, y la novela, pues novela".
Merecedor de múltiples premios, Quino incluso recibió uno bien raro en 1997: la Placa de Plata de la Asociación Madrileña de Empresarios de Restaurantes y Cafeterías, por contribuir al prestigio y la difusión gastronómica.
Si este hijo de Mendoza, de sangre andaluza, ha dicho que: "El ser humano es el cáncer del planeta" por la manera en que destruye a Gea, también afirma que: "Me identifico mucho con el Nobel portugués de Literatura José Saramago, que siempre ha dicho que el socialismo y la izquierda algún día van a ser revalorizados. Yo también lo creo y siempre comparo la política con la aviación. Tanta gente que durante siglos se mató tratando de volar… primero tuvieron que inventar el motor a explosión, que es pesadísimo… para después volar en ala delta o en parapente". |
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